Mate a la nota


Por PlumaParlante

Nuestro derecho a estar “bien” informados cada día se convierte en una tarea acrobática. ¿Nos hemos preguntado qué es lo que tiene que pasar un periodista para recabar información sobre narcotráfico, guerras, combates, secuestros, crimen organizado, etc.?

A veces nos conformamos con ver las noticias en la televisión. Siempre las historias similares, sentimentaloides, que logran conmover al público. O bien, datos distorsionados, alejados de la realidad.

Pero ¿qué pasa con aquél reportero que se rige por un código ético-profesional? Pues nada. Aquí está el detalle. No pasa nada. Como si el mundo fuera un cuento de hadas: de forma mágica los sujetos desaparecen, mueren o son acribillados. Tan sólo en el 2009, recordemos la masacre que hubo en Filipinas; por lo menos 22 periodistas muertos en un día.

¿Información o desinformación? No nos hagamos tontos. Las dos opciones son igual de válidas, ambiguas y “misteriosas”. La reiteración de ecos sometidos por los regimenes son eso, ecos. Se repiten uno tras otro, tras otro, tras otro. Unas veces logramos escucharlos, otras más ni siquiera alcanzan el éxito sentimental de las noticias comerciales.

La censura ante todo señores. ¿Queremos exigir nuestro derecho a la información? Pues primero exijámonos a nosotros mismos nuestra obligación de pensar y discernir lo que nos venden día con día. El mundo puede no ser un lugar seguro para manifestar nuestras ideas. Pero nuestro pensamiento sí. Nadie puede reprobar nuestros pensamientos, ideologías y creencias. El día que nos dejemos pensar por otro, habremos perdido nuestro derecho más sagrado, el libre albedrío.

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