
La cultura del estudio se presenta a mi vista cada vez que voy a la biblioteca de la universidad a intentar trabajar en mi tesis. Por fin, cuando encuentro un lugar desocupado en lo que considero es la parte más tranquila me siento y acomodo el material necesario. Esta vez elegí una mesa sola. Me centro en la lectura. De pronto el ensayo que leo de Ana Mancera Rueda se confunde con la tertulia que ha evolucionado en las demás mesas. Uno, dos, tres, cuatro mesas en total se aglomeran delante de donde me encuentro. Trato de recobrar la calma. Una vacuna hace gala mientras lucho por reelaborar la investigación sobre Juan José Millás. Que la guardería, las broncas con la pareja, que el antro… al fondo “el invierno” de Vivaldi... Las voces aumentan de tono. Sigo leyendo: El articuento parte de la realidad. Un celular timbra. Volteo a ver el reloj. Son las 2:38 de la tarde. La silla no está tan mal, me digo a mí misma para recobrar el interés en lo que hago. Un par de jóvenes se han sentado en la misma mesa donde estoy. Uno de ellos habla por celular acerca de la comida. Los articuentos se configuran con fragmentos de una realidad amplia. –Aquí sigo en la biblioteca. Según eso leo –el joven del celular reproduce una pausa para después exclamar “¡qué te importa!”. Vivaldi sigue taladrando la atmósfera de “estudio y concentración”, mientras tanto en la mesa de enfrente sacan un lonche y hablan de economía. Las 3:10 de la tarde. –¿Es que me estás diciendo ignorante? –el muchacho prosigue con su perorata y aprovecha para cortejar a la voz que está dentro del aparato. 3:15. Las cuatro estaciones detienen su intervención. Yo me pierdo entre tanto barullo pero aprendo dos lecciones. La primera es que en la realidad en la que vivo ahora mismo es de un barroquismo puro en la cultura de mi universidad: las voces de los que estudiamos forman un coro con Vivaldi. Si el acompañamiento melódico sube el volumen, aumentemos el nuestro también. Total, que la gente escuche que en Guadalajara, los estudiantes sí frecuentan las bibliotecas. El invierno comienza a decaer lentamente con las 3:30 de la tarde. Me he perdido. Ya no sé dónde me encuentro. Cojo mis cosas y me voy. La segunda lección que deberé tener presente antes de volver a esta zona de gente pensante es que si en verdad pretendo incursionar en la cultura erudita de mis compatriotas, tendría que entender primero la sapiencia de las tertulias bibliotecarias.
No hay comentarios:
Publicar un comentario